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El título hace referencia a un poema compuesto en árabe por el místico persa Bahá’u’lláh en 1858, a orillas del Tigris, y que forma parte de su obra “Las palabras ocultas”:

 

¡Oh hijo del hombre! Aunque atravesases veloz la inmensidad del espacio y recorrieses la extensión del cielo, no encontrarías tranquilidad sino en la sumisión a nuestro mandamiento y en la humildad ante nuestra faz.

 

La sumisión a un ser superior que trasciende el mundo humano, se concibe como una vía para liberarse del sufrimiento y del sometimiento de unos seres humanos a otros, ya que el “siervo” sólo admite ser siervo de ese Ser y no de un igual. Si seguimos esta lógica, incluso las prerrogativas del propio clero religioso serían un estorbo por cuanto supondrían el sometimiento de unos seres humanos (feligreses) a otros (clero). En términos contemporáneos podríamos hablar de la necesidad de sacudirse las cadenas del neoesclavismo al que se ven sometidos grandes sectores de los trabajadores por cuenta ajena, siendo un caso concreto - entre los muchos a citar - el de los becarios que realizan labores de titulados superiores durante años, pero con casi total ausencia de derechos laborales y con un salario que no llega a ser ni de subsistencia.

Al escoger un océano y un desierto como escenarios principales de la película, queremos aislar a nuestros personajes de sus entornos sociales y presentarlos en un escenario vacío donde subrayar la vulnerabilidad del ser humano ante las grandes fuerzas socioeconómicas que operan hoy en el mundo, sobre las que las personas de a pie no poseen control ni comprensión algunos.

 

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