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El surrealismo europeo, y más concretamente, el movimiento surrealista francés de los años 1920 desarrolló en sus orígenes varias señas de identidad, con las que buscaba afianzar su búsqueda por subvertir las imágenes para encontrar una nueva realidad. Podemos por tanto decir que el surrealismo es un movimiento esencialmente iconoclasta. La subversión de la imagen establecida rápidamente conllevó el ataque por parte de los surrealistas a las “fuerzas vivas” que encarnaban el mantenimiento de una determinada visión del propio ser humano. Entre estas “fuerzas vivas” se encontraba inequívocamente el clero, que fue objeto de un tratamiento muy heterodoxo en las creaciones surrealistas. Recordemos por ejemplo la revista francesa “La Révolution Surréaliste” que, en 1926, publicó la fotografía titulada “Nuestro colaborador Benjamín Péret insultando a un cura católico”.

 

fotografía aparecida en “La Révolution Surréaliste”, 1926

Luis Buñuel se apropió también de este símbolo en sus obras. En buena parte de sus películas podemos ver a miembros del clero en situaciones absurdas o cuando menos paradójicas.



Desde el supuesto santo que sobrevive seis años subido a una columna en el desierto, mientras es jaleado por un grupo de monjes en “Simón del desierto”, hasta el obispo que pide trabajo como jardinero en “El discreto encanto de la burguesía”, la filmografía de Buñuel está cuajada de escenas en las que el clero se sitúa en circunstancias ilógicas, o en las que el cineasta estira la propia lógica de las cosas hasta conseguir dar la vuelta a la situación.

En “La edad de oro” incluso llegamos a algo mucho más explícito: vemos al protagonista arrojando diversos objetos inservibles desde la ventana de un palacio, y el último de esos “objetos” es un obispo con mitra y báculo, quien al caer sobre al suelo escapa a nuestra vista desde un plano zenital.

 

“La Révolution Surréaliste”, 1926

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